La personalidad y sus trastornos

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La personalidad y sus trastornos

Sur Digital

Málaga 18 de junio de 2001

Muchas gracias al Aula de Cultura del diario SUR de Málaga a la que vuelvo nuevamente, y gracias a su director, Juan Antonio Vigar, por sus palabras tan cordiales de presentación.

Yo me siento en Málaga como en mi casa. Es una tierra querida para mí. Recuerdo la primera vez que vine a Málaga para dar una conferencia. Fue en el año 1974 o 75, aún no había acabado la carrera. Me invitó el que entonces era encargado de Psiquiatría de Málaga, Vicente Gradillas. Recuerdo que con tan pocos años no me salía la voz del cuerpo y hablé de la “psicología de la corporalidad”: un tema que entonces estaba todavía muy incipiente. Ha llovido mucho desde entonces y lógicamente en la trayectoria personal ha habido muchas cosas, sobre todo en publicaciones. Va salir ahora en el mes de octubre mi próximo libro sobre la personalidad, del que voy a darles ahora unas pinceladas.

El tema de la personalidad es un tema importantísimo. Yo soy psiquiatra y soy un psiquiatra muy práctico, me paso muchas horas a la semana en mi consulta de Madrid viendo gente que se encuentra mal. El psiquiatra se ha convertido en los últimos años en el médico de cabecera en los países más importantes del mundo. Recuerdo cuando era un chaval que la gente decía en Castilla: “voy al médico de los nervios”. He dado dos cursos seguidos en la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander, el año pasado y el anterior, uno sobre la personalidad y otro sobre la depresión, y recuerdo que la gente de Cantabria todavía dice “voy al de los nervios”, “está de lo nervios”. A veces, gente sencilla me pregunta: “usted es médico de los nervios?”. Realmente es una sorpresa porque el psiquiatra se ha convertido en un médico muy frecuente y habitual. Hasta hace unos años incluso la gente se escondía de decir que iba al psiquiatra. Hoy casi ocurre lo contrario en algunos países. En Estados Unidos se puso de moda la figura del psiquiatra. En las películas, en las cuales aparecía siempre este “buceador de intimidades” que es el psiquiatra. Suelo decir que nosotros bajamos a los sótanos de la personalidad, nos adentramos en los cuartos traseros para ver que está pasando ahí. Esta va a ser un poco mi entrada en este tema.

Voy a tratarles a ustedes esta tarde como si fueran alumnos míos en la universidad de Madrid, en la Complutense, para que, de alguna manera, me puedan seguir y podamos sacar alguna conclusión. No olvidemos que vamos a hablar en general y luego cada uno en particular puede verse retratado en los espejos que significan el análisis de esta galería de personajes que al final voy a traer a colación.

Vamos a hablar de tres cosas: en primer lugar, ¿qué es la personalidad? –en qué consiste, qué características tiene, que se hospeda dentro de ella-; en segundo lugar, el diagnóstico y la clasificación de los trastornos de la personalidad; y en tercer lugar, el tratamiento: ¿qué se puede hacer ante una persona que no está bien configurada?

Desde el punto de vista etimológico, el mundo antiguo, el mundo grecorromano ya nos trae dos palabras muy sabrosas: “personare”, del latín, que significa “resonar a través de algo”, y “prosopon”, del griego, que significa “cabeza”. Es decir, la personalidad era la máscara que se ponían los actores en la antigua Grecia a través de la cual salía resonando la voz del actor.

¿Qué es la personalidad?. Vamos a hacer una cascada de definiciones para centrarnos un poco en qué estamos hablando. En una primera cercanía conceptual, la personalidad se podría definir como “aquel conjunto de elementos físicos, psicológicos, sociales y culturales que residen en un sujeto”. Una definición quizás un poco más técnica sería la siguiente: “aquel conjunto de pautas de conducta que se mueven entre la herencia y el ambiente, es decir entre el equipaje genético y el entorno, y que dan lugar a un estilo propio de vivir”. Esta definición tiene dos características interesantes: una, la importancia de la herencia; la parte hereditaria de la personalidad se llama temperamento y ésta es la parte rocosa, sólida, pétrea, consistente, que nos viene de la familia. Decimos: “tiene el mismo temperamento que su padre”, con lo cual damos a entender que hay una forma de producirse que recuerda a uno de los congeneres. Y por otra parte, la personalidad tiene una vertiente adquirida. Ortega decía que “yo soy yo y mi circunstancia”. Nosotros, los psiquiatras, no podemos tratar al ser humano como una cosa aislada. Cuando veo a una persona por primera vez, le hago las preguntas de todo buen cronista, buen periodista: ¿quién?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿dónde? y ¿por qué?. Es decir, me intereso por su circunstancia. Hipócrates hacía tres preguntas clásicas: ¿qué le pasa?, ¿desde cuando? y ¿a qué lo atribuye?. Son unas formas de adentrarse en el conocimiento del otro. Es interesante saber que en el mundo griego, en el templo de Apolo en Grecia, en el frontispicio de la entrada había un cartel que ponía “conócete a ti mismo”; era como el ideal griego resumido sintéticamente en esa sentencia. “Conócete a ti mismo” es una tarea importante y vamos a irlo viendo en el curso de mis palabras.

También podíamos decir que “la personalidad es una complicada matriz de disposiciones biológicas y psicológicas que dan lugar a conductas encubiertas y conductas manifiestas”. Es decir, hay comportamientos que son objetivos, claros, rotundos y otros que se solapan a “soto voce” en el subsuelo de la conducta. Cuantas veces oímos decir a alguien lo siguiente: “¿quién me iba a decir a mi que en aquella circunstancia iba a actuar de ese modo?”. Es decir, hay una sorpresa del propio sujeto ante la conducta; por tanto, los estímulos que nos rodean en esa circunstancia influyen mucho en nuestro comportamiento. Como comentaba, la personalidad tiene dos elementos básicos que son las partes descubiertas del cuerpo. En primer lugar, está nuestro cuerpo como retrato. Somos nuestro cuerpo y tenemos nuestro cuerpo. Y luego, nuestra personalidad. Yo diría que son las dos cosas más personales. Uno va y viene con su cuerpo. Cuando uno está sano, en la salud, el cuerpo está en silencio; en la enfermedad, el cuerpo habla y dice y manifiesta y se queja. Pues bien, dentro de las partes descubiertas tiene especial nivel la cara. La cara es el espejo del alma, y decimos bien, porque a la cara se vienen los paisajes del alma. Es decir, lo que hay dentro sale al exterior, y entonces, nosotros decimos: “no me gustó su cara”, “la cara que puso”, “dio la cara”. La cara es el centro fundamental de la personalidad. Todo el cuerpo depende de la cara. De hecho, el enamoramiento, esa fijación que hacemos con alguien aparece en la cara. Y de la cara hay dos parcelas especialmente importantes que son la boca y los ojos. Los ojos hablan, dicen, aprueban, desatienden, se ensoberbecen; es decir, hay un alfabeto facial que nace, emerge, brota y salta de la mirada. Entonces, la mirada nos encanta, nos sorprende, nos distancia; es decir, hay muchas cosas en ese sentido. Por lo tanto, en la cara la persona tiene su residencia. Y luego están las manos. Las manos tienen su propio lengua, su propia expresividad. Esa conjunción del lenguaje verbal, la palabra, y el lenguaje no verbal, las manos y el resto del cuerpo, forman un ensamblaje compacto que da lugar al modo de funcionar desde el punto de vista externo.

Llegados a este punto, resulta interesante recordar en la Historia del pensamiento psiquiátrico el intento de conseguir una relación entre personalidad y cuerpo. En este sentido, Cervantes describió los dos grandes tipos que existen. No se encierra la tipología humana ahí porque es muy rica, pero sí se dan especialmente esos dos personajes de Cervantes que son Don Quijote y Sancho. Don Quijote, que sería el primer tipo de la personalidad, es longilíneo, alto, delgado, escuálido. Don Quijote es hipersensible, utópico, idealista, no vive con los pies en la tierra. Don Quijote lucha contra molinos de viento. Sancho es pígnico, rechoncho, gordito, extrovertido, abierto, comunicativo, cordial, vive asentado en la realidad. Se ha dicho que los primeros tienden a lo esquizoide, mientras que los segundos, como Sancho, tienden a la ciclotimia, a pasar de la alegría a la tristeza. Y en tercer, la tercera tipología descrita es la atlética. El atlético es un tipo hercúleo, musculoso, de complexión recia, que tiene una tendencia a la explosividad, a un cierto descontrol de su forma de ser. De él se ha dicho que tendía cuando tenía un cierto padecimiento psicológico a lo epiléptico. Por lo tanto, aparecen tres modalidades con tres facetas posibles –lo que no quiere decir que esté determinado el comportamiento- hacia lo ezquizoide, hacia lo ciclotímico –en la actualidad hacia la depresión bipolar- y hacia lo epiléptico.

Es interesante también consignar que Platón había descrito ya con anterioridad tres características de la personalidad. Dice Platón que hay tres tipos de hombres: unos en los cuales predomina el vientre (los menestrales, los artesanos y los comerciantes) y la virtud que más necesitan es la templanza. En segundo lugar están aquellos en los que predomina el pecho (los guerreros y los gladiadores) y necesitan especialmente la virtud de la fortaleza. Y en tercer lugar están aquellos en los que predominaba la cabeza (los sacerdotes, los filósofos y los sofistas) y necesitaban la prudencia. La prudencia es la virtud de estar en la realidad. Veremos luego cuando hablemos de la personalidad inmadura, que está fuera de la realidad.

Pues bien, ¿qué es, por lo tanto, la personalidad desde el punto de visto psicológico o psiquiátrico?. Hay que decir que la personalidad es algo siempre dinámico, en movimiento. Yo puedo haber llegado a un cierto grado de equilibrio personal y por los mil y un avatares de la vida, la personalidad se me viene abajo. La vida es incompleta, interminable, provisional, siempre por hacer. Por eso la vida es siempre dramática.

Otra definición, otra manera de entender la personalidad sería “aquel patrón, esquema o modelo de conducta que consiste en una forma de percibir, de sentir, de pensar, de reaccionar y de comportarse”. Decía Quevedo: “nada es verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira”. Es decir, nosotros percibimos la realidad. Cuantas veces un mismo fenómeno descrito por dos sujetos da una versión totalmente distinta.

Desde el punto de vista de la personalidad es muy importante saber que en los primeros años de la vida, cuando ésta se estructura y se gesta, el niño está en una etapa de su vida en la que es una auténtica esponja, lo asume todo, y la inteligencia del niño se va despertando como un gigante que está dormido. Podríamos decir que está sumergido los primeros meses de su vida en un mundo alborotado, ruidoso, que siente el adulto pero del que él ni siquiera se entera. Al año y medio el niño maneja unas veinte o treinta palabras. A los tres años, cerca de mil. Es decir, el niño va incorporando a su personalidad el mundo de los signos. Aprende a hablar el idioma de sus padres por la señalización de los conceptos. Y el niño va habitando en la realidad; es decir, el lenguaje es, en definitiva, una forma de entrar, de adentrarse, de incorporar el mundo exterior. Son las dos grandes conquistas iniciales del niño: andar y hablar. Es emocionante ver a un niño pequeño cuando se pone de pie, puede sostenerse y no se cae, y empieza con ese lenguaje un poco divertido. El léxico del niño está directamente influenciado por el de sus padres. Ahí viene el aspecto ambiental al que antes me refería. Cuando uno es joven, cuando incluso uno está en la pubertad -desde los once o doce hasta los dieciséis ya que luego viene la adolescencia que presenta una frontera huidiza entre las dos- está lleno de posibilidades.

Cuando uno ya es mayor, está lleno de realidades. Cuando uno es joven, todo es posible. Uno está abierto a todo tipo de posibilidades que pueden darse. Con el paso de los años hay ya un balance existencial. Es muy frecuente en la vida no hacer balances porque las cosas suelen ser duras. El hombre es un animal descontento. La mejor vida de todas es siempre menesterosa, y el balance muchas veces uno lo hace sin darse cuenta; puede ser de pronto, en un atardecer de verano de estos días primaverales de Málaga, por ejemplo, en los que alguien se pone a pensar lo que ha sido su vida. El balance significa dos cosas: haber y debe; arqueo de caja. Es decir, muchas veces no salen las cuentas. Y cada segmento de nuestra trayectoria rinde cuenta de su travesía. Ahí salen los grandes argumentos de la vida: el amor, el trabajo, la cultura, la amistad, la familia…Es decir, van depositándose sobre esa circunstancia. Es interesante también consignar que, cuando uno está formando su personalidad, necesita modelos. En la formación de la personalidad, los primeros modelos son los padres, que con su educación van mostrándole un cierto camino. Educar es “seducir por encantamiento y ejemplaridad”. Educar es “seducir con lo valioso”. La palabra “educación” tiene también dos etimologías muy interesantes: “educare”, del latín, que significa “acompañar”, y “educere” que significa “extraer o sacar fuera”. Es decir, educar es “convertir a alguien en persona libre e independiente”. Por eso la educación es una tarea de orfebrería. Es lenta, gradual, progresiva, minuciosa. Es como los que tallan la plata en el Madrid de los Austrias, esos plateros que tallan la plata haciendo muchas veces una bandeja con el escudo de armas de la familia. Ahí se pule con un martillo y un cincel, exactamente igual que como se debe hacer con nuestra personalidad. Pues bien, los modelos de identidad son decisivos. ¿Qué significa el modelo?. El modelo significa aquel esquema de referencia en el que me veo como en un espejo y me gustaría parecerme a él. Hoy el gran educador es la televisión cuyos modelos son modelos pobres, chatos, huecos, vacíos, rotos. Es muy raro encontrar en la televisión algún modelo valioso y no hablo sólo de la nuestra sino en general, porque al intentar captar audiencia van bajando el nivel de una forma extraordinaria. Hoy, diría, que hay muchos profesores pero pocos maestros. El profesor enseña una asignatura, explica un programa y se queda ahí, mientras que el maestro enseña lecciones que no vienen en los libros y, por lo tanto, hay algo más que va por encima del programa y del curso que ese sujeto explica. Si falta el modelo, falta la base. Por lo tanto, nosotros como educadores que somos y como educandos que estamos siendo con nosotros mismos, tenemos que intentar buscar esquemas referenciales consistentes, sólidos, que tengan fuerza y coherencia interior. Los dos grandes argumentos, los dos grandes temas de nuestros patrimonio psicológico son para mí la inteligencia y la afectividad. Son los dos grandes asuntos que haya que educar. Educar la inteligencia es nutrirla de lo mejor. Diría que el ejercicio físico es al cuerpo lo que la lectura es a la inteligencia. La lectura es la cultura superior: el que es capaz de apagar la televisión y adentrarse en las páginas de un libro y meterse dentro de él. No hacen falta muchos libros, pocos y buenos según la preferencia de cada uno, porque al elegir un libro, uno selecciona del amplísimo acervo libresco que tenemos algo que realmente es sugerente para él. Ahí estaría por tanto la configuración de la personalidad: en la inteligencia, que es capacidad de síntesis; que es, según su acepción latina, “leer por dentro”; que es saber distinguir lo accesorio de lo fundamental; que es, siguiendo el modelo del ordenador, capacidad para recibir información, procesarla de forma adecuada y dar respuestas eficaces.

Hay muchas inteligencias. Cuando hablamos de inteligencia, cuando una abuela dice “mi nieto es muy inteligente”, no dice casi nada porque hay una inteligencia “teórica” que es la del intelectual; inteligencia “práctica”, la persona operativa; inteligencia “social”, y parece que estas tres inteligencias están a la gresca, se llevan mal entre ellas. Es muy raro ver a un intelectual que sea un hombre práctico para la vida. Inteligencia “analítica”, “sintética”, “discursiva”, inteligencia “matemática” ya que el mundo moderno está expresado hoy día en lenguaje cuantitativo…en un trabajo de investigación que estoy haciendo en Madrid sobre la personalidad, sobre una muestra de 400 enfermos con algún trastorno de la personalidad, y con un grupo control de otros 400, teóricamente sanos, estamos haciendo un tratamiento estadístico de los datos. La Estadística es hoy fundamental como ciencia auxiliar. Luego estaría la inteligencia “fenicia”. Saben ustedes que los fenicios son un pueblo de la costa mediterránea que tuvieron una influencia enorme ya que inventaron el alfabeto y la navegación adquiriendo gran importancia en cuanto al comercio. La inteligencia “fenicia” se refiere a la capacidad para “ser negociante”. ¡Qué lejos está ésta de la inteligencia “teórica” de un intelectual que publica un libro sobre una materia conceptual concreta!. Inteligencia “para la vida”, que es la más difícil de todas… saber gestionar bien la propia trayectoria. Yo me asomo constantemente a vidas rotas, erráticas; vidas salidas de la pista o sin brújula. Cuando uno está perdido, no sabe a donde dirigirse. Inteligencia para vivir de forma adecuada, de forma correcta; sin pensar en utopías. La felicidad absoluta no existe. Se da en el otro barrio. Nosotros tenemos que aspirar a una felicidad, que yo llamaría, razonable. Y la felicidad razonable consiste en una buena proporción entre medios y fines, entre objetivos e instrumentos. El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz. Entonces es muy importante en ese sentido captar este tipo de inteligencia. Inteligencia “emocional” que es la capacidad para ensamblar en la misma operación, corazón y cabeza, sentimientos y razones. Decía Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”. Racionalizar la vida afectiva sin pasarse. Hace un momento, a la entrada de la sala, una chica jovencita, que tendría veintitantos años, me ha dicho: “me acabo de separar y me gustaría leer un libro suyo”. ¡Qué difícil es hoy mantener esa estabilidad conyugal!. Porque comprender tarde, es no comprender. Hay una gran ausencia de formación en este sentido. Por lo tanto, la inteligencia sería uno de los grandes componentes de la personalidad.

Por otra parte estaría el mundo sentimental. Los sentimientos son una de las vías regias del aprendizaje y para adentrarse en la selva frondosa del ser humano. Naturalmente, hace falta una educación sentimental, porque lo que no podemos hacer es idealizar los sentimientos. Yo no creo en el amor eterno, en los sentimientos sólidos y que funcionan porque sí, creo en los sentimientos que se trabajan como se trabaja el campo o cualquier tarea mínimamente seria. La ausencia del conocimiento adecuado de lo que son los sentimientos produce también una serie de personalidades que no van a estar bien configuradas.

Por lo tanto, inteligencia y afectividad son dos grandes asuntos, dos grandes temas que se dan dentro de nosotros. De hecho, una personalidad madura es aquella que compagina bien corazón y cabeza, sentimientos y razones. Siguiendo sólo esta categoría, nos iríamos de aquí a dos personalidades: afectiva e intelectual. Las personas fundamentalmente emotivas, personas hipersensibles; no se puede interpretar la vida así porque se sufre demasiado. O una persona que estaría en el otro extremo; fundamentalmente fría, distante, seca , glacial. La clave está en buscar puntos de apoyo entre las dos.

Bien, voy a adentrarme ahora en la segunda parte de mi exposición: los trastornos de la personalidad. Es muy interesante saber que en los trastornos de la personalidad el avance ha sido relativamente reciente. De hecho, la psiquiatría ha ido cambiando en los últimos años de una forma extraordinaria. Recuerdo que cuando era estudiante de medicina, prácticamente el tema de la personalidad se estudiaba en un par de lecciones y punto. Hoy, gracias a los avances modernos en la psiquiatría, sabemos que hay un bloque de trastornos de la personalidad perfectamente delimitados mediante el cual conocemos a “alguien que le ocurre algo”. En el lenguaje coloquial, la gente suele decir cuando se pregunta por una persona qué tal es: “es muy raro”, “es una persona extraña”, “es muy difícil”, “convivir con el resulta imposible”. Esas frases nos llevan, nos acercan, nos aproximan a alguien que no está bien en su personalidad; tiene que ir al psiquiatra o al psicoterapeuta para que analice o estudie ese aspecto. Antes de entrar en su clasificación, ¿cómo se diagnostican los trastornos de la personalidad?. Pues miren, los trastornos de la personalidad no se diagnostican en una tarde; no se llega a la consulta del médico y éste les dice: “tiene un trastorno de la personalidad”, sino que esto requiere un cierto tiempo. Es muy curioso –y en esto quiero ser un poco abogado del diablo- que una gran mayoría de los trastornos de la personalidad no van al psiquiatra. Aproximadamente el 80% de las personas que yo he diagnosticado con trastornos de la personalidad no van al psiquiatra, viene la familia. Esto es muy curioso. Viene la familia e indican al psiquiatra que viven con una persona –puede ser el marido, la mujer, un hijo,…- que hace la convivencia imposible y que tiene una serie de características que nos van contando: “mire Vd., él dice que los demás somos los que estamos mal y él está perfectamente”. Por lo tanto, hay una negación de la enfermedad. Este es un primer concepto importante. En segundo lugar, es básico que el psiquiatra que estudia el caso sea capaz de hacer que ese sujeto venga a la consulta. Se trata de engarzar una estrategia adecuada; puede ser “para ayudar a un familiar que ha venido y que tiene un poco de depresión”. Es muy frecuente, por tanto, la negación del trastorno o de la anomalía de la personalidad. Ese sujeto se somete muchas veces porque se adentra uno en su personalidad.

Existen en la actualidad muchos diagnósticos dobles. Esto se llama en psiquiatría moderna “comorbilidad”; es decir, son dos enfermedades que se asocian. Desde el punto de vista de los trastornos de la personalidad, lo más frecuente es la depresión o la ansiedad. Es muy curioso que esas personas, cuando se les comenta que se va a hacer un estudio de su personalidad… nosotros utilizamos dos vías esenciales: en primer lugar, el contacto interpersonal; la mejor historia clínica se hace con una buena entrevista en la cual uno bucea, se adentra, se mete y sabe pregunta. La inteligencia es más saber preguntar que saber responder. Hacer preguntas inteligentes retrata a un sujeto. Preguntarle a ese individuo ¿cómo se encuentra?, ¿cómo se siente?, ¿qué es de su vida?…hacemos una psicobiografía. La vida enseña más que muchos libros. La vida es la gran maestra. Y entonces cuando uno le pregunta a otro por su vida, hacemos una historia clínica biográfica. Los médicos hacen una historia clínica biológica: enfermedades de la infancia, enfermedades somáticas, si ha habido alguna intervención quirúrgica,…Nosotros, no. A nosotros nos interesa eso también pero hacemos sobre todo una historia vital interna. ¿Qué has hecho con tu vida?. La vida es un regalo y la vida es un misterio. Y la vida es una tarea que muchas veces pesa. Entonces, éste es un aspecto esencial.

Naturalmente nosotros nos valemos de esa información longitudinal, la historia del sujeto contada por él mismo y contada por los más cercanos. Cuatro ojos ven más que dos, y entonces las personas cercanas, los familiares, nos dan información sobre la forma de reaccionar, características de ese sujeto,…y, una vez que ha venido, es fundamental que el médico tenga la habilidad de hacerle ver que le pasa algo. Firme en el contenido pero suave en la forma. Todo se puede decir, pero depende de cómo se diga. Por tanto, se trata de hacer ver a esa persona, con tacto, con mano izquierda que padece un desajuste de la personalidad; que tiene cosas buenas, positivas, pero que no está en un buen equilibrio. Miren Vds., el equilibrio perfecto es una utopía. Nosotros tenemos que aspirar a un equilibrio relativamente sano. Pasa igual que en la salud –aquí haría una anotación a pié de página: la salud absoluta no existe en lo físico. Si a cualquiera de nosotros nos hacen un análisis de sangre o de orina, o una exploración somática de rutina, suele aparecer algo. Puede ser la velocidad de sedimentación o el hierro o el colesterol, siempre hay algún desorden bioquímico que no se traduce somáticamente-. Exactamente igual pasa en el caso de la personalidad. Después viene una tarea sobre la que se ha trabajado mucho en el mundo moderno de la psiquiatría que se denomina –se ha puesto de modo el concepto anglosajón- el “inside”. El “inside” consiste en hacerle ver a ese sujeto que tiene algo, que le pasa algo. Entonces hay un mecanismo muy frecuente, sobre todo si esa persona tiene un nivel socioeconómico alto, hay una resistencia. Recuerdo hace poco un sujeto al que veía yo en Madrid, notario, con un trastorno de la personalidad, al que le dije: “tienes un trastorno mixto de la personalidad”. Me dijo: “Doctor, yo soy notario, he sido el número uno de mi promoción…”, a lo que le dije: ” bueno, es que no está reñido que tu seas el número uno con que tengas este tema”. Me contestó: “Me niego a aceptar el diagnóstico”. Entonces, con un poco de sorna, le dije: “Bueno, tenemos la ventaja de que en las páginas amarillas de la guía telefónica por Médicos o Psiquiatras puedes buscar a otro, pero lo que veo en ti, desde lo que es mi óptica como médico tú tienes un trastorno de la personalidad”. Hay una resistencia, hay un mecanismo de rebeldía contra ese diagnóstico.

Una vez llegados a este punto, el tema es explicarle al sujeto, si tiene un cierto nivel cultural, qué es lo que tiene. Les pongo un ejemplo, hace de esto aproximadamente un año, un paciente mío de La Mancha, 50 años, vino a la consulta con su mujer. Ésta me dice: “doctor estoy muy preocupada con mi marido, perdone Vd. que yo lleve la voz cantante y le diga lo que le pasa. Mi marido es muy trabajador, se dedica a temas agrarios y tiene periódicamente cada dos, cada tres meses, no sabría precisarle muy bien, unas explosiones terribles. Entonces él grita, pega, rompe cosas, nos insulta –a mí me ha dicho cosas de una dureza terrible- y cuando se queda relajado, llora y espero que se le pase, y a los tres o cuatro meses vuelve a repetirse. “Doctor, ¿esto qué es?, ¿esto es locura, es esquizofrenia,… esto como se llama?”. Entonces y después de hacer un estudio a fondo de dos días, tanto desde el punto de vista de intervenciones directas como indirectas, llegamos al convencimiento de que este hombre padece un “trastorno del control de los impulsos”. Le explico a este hombre que esto se da en él. Haciendo un rastreo me encuentro con un familiar antiguo, de hace varias generaciones, que tenía una cosa muy parecida y que él, de alguna manera, lo ha heredado. Hay otros problemas porque todo no es la herencia. Él tiene un fondo autoritario porque es un hombre que está acostumbrado a mandar. Hay que hacer lo que él dice. Su mujer me dice: “Mire Vd., esto es como una especie de cuartel donde él manda y los demás servimos”. Entonces le explico a este hombre -que tiene un nivel cultural medio y una actitud positiva, está dispuesto a cambiar- que esto es un desajuste que se llama así y que vamos a intentar ensayar un tratamiento. Entonces le explico que él puede llegar a controlarse de esos impulsos terribles. “El gobierno más importante es el gobierno de uno mismo”. Le hago un listado de qué mecanismos o estímulos negativos son capaces de provocar esa reacción terrible. Miren Vds., hay un principio básico en la psicología de la conducta que es la siguiente: “las personas equilibradas son aquellas que tienen un buena proporción entre estímulos y respuestas”. Por ejemplo, en Madrid para aparcar el coche en la calle uno le quita a otro el aparcamiento y se puede organizar una auténtica batalla campal entre estas dos personas. O sea, el estímulo “no poder aparcar el coche en la calle” produce una respuesta desproporcionada. Significa que esa persona no está bien, y no lo está porque posiblemente hay muchas cosas que se suman a lo largo de tu vida y que dan en ese momento, en ese punto final, esta reacción enormemente seria.

Bien, vemos por tanto que el diagnóstico de la personalidad hay que hacerlo de forma longitudinal.

¿Qué tipo de trastornos hay. ¿Son todos iguales?. Voy a hacer una clasificación en cuatro tipos de trastornos de la personalidad –aunque sólo vamos a ver algunos porque lógicamente por exigencias del guión no podemos entrar en todos-. En primer lugar vamos a hacer un grupo de personas “excéntricas”; en segundo lugar, personas “inestables”; tercero, personas “ansiosas”o en las que predominan los temores y en cuarto lugar, aquellas personalidades que estarían en un apartado especial que no es fácil de clasificar.

Dentro del primer apartado, los trastornos “excéntricos”, hay dos personalidades que son especialmente interesante: la personalidad “esquizoide” y la personalidad “paranoide”, pero me interesa más explicarles ésta última. La palabra “paranoide” junto con la palabra “histeria” y la palabra “depresión” son expresiones que se han puesto de modo; quizás ésta menos, tiene menos cabida en el lenguaje común. “Paranoide” significa fundamentalmente y en lenguaje común, “una persona desconfiada”, pero quiere decir más cosas. Se trata de una persona suspicaz, que tiende siempre a ver una doble conducta o lenguaje en los demás. Por lo tanto, tiene una sospecha, muchas veces sin base, que da lugar a este humor, a este clima, a esta atmósfera de pensar en forma dubitativa de los demás. En los paranoides se cumple aquel dicho clásico “piensa mal y acertarás”. Por otra parte, aparecen dudas que no están justificadas. Esto muchas veces se da en personas muy tímidas o en personas muy aisladas. Y a esto le llamo yo “interpretación deformada de la realidad”; es decir, hay una tendencia a captar cualquier tipo de manifestación del otro de forma inadecuada. Por ejemplo, una persona que hace una pregunta o una mirada, o alguien habitualmente muy aislado –el aislamiento es paranoidizante- que entra a un restaurante y ve a dos personas hablando en voz baja y piensa que están hablando de él, o dos personas que se ríen y cree que se ríen de él. Esto se llama “sensación subjetiva de sentirse aludido”;muy típico de la persona paranoide, que se mezcla con la desconfianza, por una parte, y con un aislamiento muy marcado. Hay en estos casos un fondo de sospecha.

Dentro del segundo grupo, el de las personalidades “inestables”, hay una que es muy importante porque engloba a todos los sujetos psicópatas o personalidades antisociales. Cuando en las cárceles se hacen estudios estadísticos de los presos que no sean por razones políticas, el 80% son psicópatas. ¿Qué es un psicópata?. El psicópata es alguien cuya personalidad está presidida fundamentalmente por la violencia y por una enorme agresividad sin sentimientos de culpa. Es decir, cualquiera de nosotros puede tener una reacción de agresividad por algo que le ha salido mal, por un mal momento, y luego uno pide disculpas, reconoce que ha estado mal… Aquí no. El psicópata es agresivo, violento, frío y además produce unas conductas de extrema gravedad sin que se le mueva un pelo de la cabeza. Esta sería la característica fundamental de estos casos. Son personas fundamentalmente impulsivas, con una impulsividad que se alimenta de una irritabilidad que está a flor de piel. Siguiendo un poco este esquema, hay dos tipos de personalidad: la “reflexiva”, aquella que antes de actuar, piensa, y aquella otra “impulsiva” que actúa y luego medita lo que ha hecho. Por otra parte, una despreocupación imprudente de sí mismo y de los demás, irresponsabilidades persistentes, incapacidad para mantener un trabajo, pero sobre todo es esa tendencia enorme a la agresividad y a la violencia sin sentirse responsable de la misma. Es decir, la falta de remordimientos o la indiferencia de fondo constituye un aspecto esencial. Hay en la actualidad muchos trabajos al respecto que demuestran que la psicopatía es, en buena parte, hereditaria aunque hay muchas conductas psicopáticas –que estarían en lo “sociopático”- que se pueden aprender en ambientes muy nocivos en donde hay una gran carga de violencia.

Dentro de los inestables hay un tipo que quiero comentar, que es la personalidad “histérica”. La histeria es otra de las palabras mágicas que ha pasado a la historia del acervo popular. La palabra “histeria” se ha sustituido en el lenguaje moderno por “histrión”, personalidad histriónica. Clásicamente la histeria se manifestaba por una serie de conductas fundamentalmente exteriores que daban lugar a comportamientos ostensible y objetivos. Una persona tenía ataques histéricos unidos a convulsiones parecidas a la epilepsia, de gran duración y sin pérdida de conciencia. En estos casos se trataba de una puesta en escena; de hecho se dice: “me puse histérica”. Es curioso, porque la palabra “histeria” nace en el siglo XVI, pero hasta el siglo XVIII se pensaba que la histeria era femenina. Se pensaba en los viejos tratados que el útero era un órgano móvil que subía a la cabeza y producía ataques. De hecho, uno de los tratamientos que se hacía era aplicar en las fosas nasales unas sustancias olorosas para que el útero bajara de la zona de la cabeza a la zona anatómica donde debía estar. Evidentemente el útero no se mueve de donde está y la histeria es una enfermedad que se da tanto en el hombre como en la mujer. Hoy, la histeria se ha camuflado, se ha escondido “a soto voce” mediante una serie de manifestaciones psicosomáticas como son la úlcera de estómago, problemas gastrointestinales,…y un largo etcétera de síntomas en esa dirección. Pero, ¿qué es la histeria?, ¿cuáles son los síntomas de una personalidad histérica?. En primer lugar, la búsqueda permanente de llamar la atención de los demás. Necesita ser el centro de atención de todos. Y esto le lleva a una excesiva emotividad; es decir, cuando al histérico le pasa algo, por pequeño que sea, desde unas anginas a una fractura, nadie hasta ese momento ha tenido anginas o ha tenido una fractura. Por eso se habla de “teatralidad”; es decir, una ampulosidad en la descripción y en las manifestaciones que cuenta. Por otra parte, lo que más le cuesta al histérico es pasar desapercibido. No se siente cómodo en situaciones en las que no sea el centro y el eje de la atención de los demás. En otro orden de cosas, tienen un comportamiento sexualmente seductor. También mediante esa punta de velocidad que son los sentimientos, intenta llamar la atención; muestra expresiones muy superficiales y cambiantes. Es decir, los histéricos pasan del amor al odio muy rápidamente, de una gran exaltación por una persona a sentirse defraudados por pequeñas cuestiones que no han salido como ellas esperaban. Hay una tendencia a la descripción de los acontecimientos demasiado subjetiva. En general, el histérico carece de matices. Otra cuestión importante, las personas maduras sabemos que entre el blanco y el negro, entre el bueno y el malo hay muchas aspectos a delimitar; nadie es absolutamente bueno ni absolutamente malo. Entre los oficialmente buenos, hay muchas cosas negativas, y entre los oficialmente malos, hay muchas cosas buenas. Está todo muy mezclado y, por lo tanto, esa dicotomía significa también una falta de equilibrio personal.

Quiero entrar en la personalidad “límite”, que se refiere a un tipo de forma de ser que está en la frontera geográfica con muchas otras cosas. Se caracteriza porque es un sujeto fundamentalmente inestable de ánimo y de criterio. Grandes cambios de un día para otro o dentro del mismo día, y cambios de criterio; es decir, en cuanto al autoconcepto de uno mismo, uno se puede ver francamente bien y horas más tarde, uno se cree que es un auténtico desastre. Segundo, una impulsividad que recuerda a la del psicópata. Un sujeto que en un momento determinado se agrede sí mismo, he tenido una paciente que había hecho veintidós intentos de suicidio. Muchas veces, cuando le preguntaba por qué hacía eso, me decía: “necesito llamar la atención para que me hagan caso”. Es decir, el argumento de la muerte se pone sobre la mesa buscando en ese momento que los demás se concentren en su conducta y le hagan un poco más de caso.

Por otra parte, recuerda mucho a los “depresivos bipolares”. Esta enfermedad es antigua, conocida de antaño, descrita en los viejos tratados. Un médico de Fernando VII, que era árabe, la definió como la enfermedad de la “alegría/melancolía”. Este monarca se levantaba a veces muy temprano por la mañana con gran hiperactividad, no paraba de hablar, y tenía otras temporadas que estaba muy encerrado en sí mismo y que no decía absolutamente nada. El tratar a una personalidad “límite” es un verdadero reto para un psiquiatra porque significa hacerse con ese sujeto que ha aprendido un tipo de conducta presidida por lo dramático. Es decir, convertir cualquier problema, cualquier dificultad en algo terrible; y entonces hay toda una educación que hacer con él.

Dentro del tercer apartado encontramos las personalidades “ansiosas”. La ansiedad es una “emoción temerosa que se vive como anticipación de lo peor”; es decir, en la ansiedad hay dos tipos de temores: el miedo, que es temor ante algo objetivo, concreto, evidente, fáctico, que está ahí; y la ansiedad que ese temor difuso, inconcreto, el temor viene de todas partes y de ninguna. La ansiedad está un poco escondida, como motor, como moviendo la gesta de estos individuos. Dentro del tercer grupo, las personalidades “ansiosas”, quiero detenerme en una especialmente importante, porque a este tipo se la ha llamado tradicionalmente personalidad “tímida o retraída”, pero hoy, con un concepto mucho más científico, se le llama personalidad “por evitación”. Como su nombre indica, es un sujeto cuya conducta está vertebrada sobre la evitación de los demás; es decir, cualquier posibilidad de aproximarse a otra persona lleva a dos cosas: evitar y aplazar. ¿Qué es lo que le pasa a este sujeto?. Se trata de personas que evitan cualquier tipo de actividad que implique un contacto interpersonal importante por el miedo a caer mal, a ser humillado, a no saber qué decir, a quedar en ridículo o a sentirse menos que los demás. Por lo tanto, son personas que tienen una dependencia enfermiza. Miren Vds., una de las cosas más importantes que caracteriza a la persona madura es no pretender agradar siempre a los demás porque eso produce una pleitesía terrible. Por ahí se cuela el miedo, a veces pavoroso, de algunos sujetos al qué dirán. Uno no puede buscar la aprobación de los demás permanentemente. Esto es un error, es una falta de madurez. Uno tiene que hacer las cosas con coherencia, haciendo lo mejor posible aquello que haga, sin perfeccionismo pero sin pretender que los demás aprueben su conducta. Cuántas veces le digo yo a muchos de mis consultantes en un tema de estos: “¡ese es tu error!, ¡vas buscando permanentemente que los demás digan que sí a tu conducta!, ¡tú tienes que decírtelo a ti mismo teniendo unas ideas claras sobre lo que quieres!”. Lo decía antes, el que no sabe lo que quiere, el que no sabe a dónde va, está perdido y sin rumbo. Por otra parte, hay miedo al ridículo, a la humillación y a la posibilidad de ser criticado por los demás. Son esas personas que dicen “el otro día me he enterado que ha comentado de mí..”, un comentario más o menos negativo, y esa persona se siente hundido varios días, bajo mínimos, pensando de dónde vino el comentario, quién lo hizo, de qué manera, en qué estilo y en qué tono. Se va produciendo de este modo una retracción social progresiva, gradual, de tal manera que cada vez que esa persona tiene que tener contacto con otra, se produce ansiedad. Invitación a una cena, a un cóctel, a ir con los amigos, conocer gente nueva…La novedad es vivida como un miedo atroz. Es decir, esa persona necesita que le expliquen que va a estar con gente, que tiene unas características adecuadas, que es positiva, ya que, en caso contrario no se arriesga y es incapaz de acercarse. No quiere correr riesgos personales.

Dentro de este grupo estaría la personalidad “por dependencia”, de la que no me voy a ocupar porque es más sencilla, pero sí de la personalidad “obsesivo-compulsiva”. Esta personalidad ha sido muy bien tipificada en los últimos años por el glosario de términos psicológico-psiquiátricos de la American Phsiquiatry Asociation que ha hecho un esfuerzo extraordinario para conseguir tipificar. Las palabras “obsesión” y “compulsión” son dos expresiones muy interesantes que también son recogidas en la etimología clásica de la siguiente manera: “obsesión” viene de “obsidere”, del latín, que significa “verse cercado”; y “compulsión” viene del latín jurídico “compelere”, que significa “verse forzado a declarar o a hacer algo que uno no quiere”. Por tanto, la personalidad “obsesiva” es aquella que se caracteriza porque en su mente habitan una serie de contenidos que no se alejan de él y le martirizan: son ideas, pensamientos, recuerdos; a veces, conductas que de forma machacona insisten en su cabeza. Entonces, hay una gran variedad de obsesiones y de formas de ser “obsesivo”. ¿Cuál es el rasgo más importante de la personalidad “obsesiva”?. Yo diría, que el más central es el “perfeccionismo”: querer hacer las cosas con una meticulosidad extrema. Este es el caso del orden. El orden es una virtud intelectual y psicológica que consiste en “ser capaz de organizar las cosas, de dentro y de fuera, que están en nuestra cabeza y en nuestro exterior, de forma sistemática”. ¿Qué diferencia hay entre el orden normal y el orden del obsesivo?. En el orden normal de una persona sana que es ordenada, el orden está a su servicio; en la persona obsesiva, ella está al servicio del orden. Entonces son esas personas, que he visto muchas veces en mi consulta, como es mujer que es obsesiva y hace una limpieza general de parte de la casa cada día; permanentemente todo tiene que estar en un perfecto orden , en un estado de revista completo. Esas personas que sufren una servidumbre extraordinaria de ese orden . Por otra parte, un psiquiatra alemán, catedrático de Munich, escribió sobre la “ordenalidad”: el orden patológico también en el espacio y en el tiempo. Es decir, una persona que está apegada a un espacio. Él describe por primera vez en la psiquiatría europea las depresiones por traslado de domicilio, una persona que está acostumbrada a habitar en una casa en la que se siente bien aunque es pequeña y al cambiar a una casa mejor se deprime. O en el tiempo, personas atadas a la temporalidad pasada.

Voy a terminar después la conferencia hablándoles dos palabras sobre la felicidad. En este sentido, la felicidad es tener buena salud y mala memoria. Las personas maduras son aquellas que saben pasar las páginas negativas del pasado. La salud mental significa esto. Las personas neuróticas, las personas enfermas quedan atrapadas en los mil y un recuerdos negativos que a todos nos han pasado a lo largo de la existencia. Vive como una estatua de sal mirando hacia atrás. De hecho, diría que una temporalidad sana consiste en “vivir instalado en el presente, teniendo asumido el pasado y estar empapado de porvenir”. La felicidad consiste en ilusión y la ilusión son retos, metas, objetivos, planes, cosas por cumplir. Entonces, uno dice “confieso que he vivido”. Las ganancias compensan las pérdidas. Eso es la ilusión de vivir. Ver con ojos nuevos las cosas viejas y antiguas de nuestra vida. Unos ojos jóvenes que son capaces de captar esa óptica.

Y finalmente, voy a adentrarme en los trastornos mixtos, el cuarto apartado, donde me voy a ocupar –el tiempo vuela- sólo del “trastorno mixto de la personalidad”. Es decir, aquel en el que no hay ninguna de las cosas que hemos dicho, porque una cosa es la medicina real y otra es la medicina en los libros; es decir, muchas veces cuando los alumnos malos se presentan a un examen dicen “profesor esto no venía en los apuntes,…no viene en el libro”; pues bien, hay muchas personalidades que no están descritas ahí y que se conceptúan como “el trastorno mixto de la personalidad”, del que voy a decir unas cuantas cosas. Sus características fundamentales –de lo que se llamaría en la terminología antigua “la personalidad neurótica”- son las siguientes: una personalidad con bajo nivel de autoestima. La autoestima es una especie de engranaje en el cual uno capta y valora lo que es y lo que ha hecho.

Lo importante en la vida no es llegar a algo, sino reconocer que uno ha llegado a eso que se ha puesto como meta.¡Cuántas veces una persona que ha llegado a lo que se había propuesto, quiere mucho más!. Hay una ambición desmedida. En segundo lugar, síntoma importante, “complejo de inferioridad”. Este complejo es un sentimiento subjetivo. Alguien se puede sentir inferior a los demás sin serlo, pero lo vive como tal. Piensen Vds. en este momento en una enfermedad que se ha puesto de moda en los últimos veinte años, la “anorexia-bulimia”. Una chica de 18 años que pesa treinta y tantos kilos y que se ve gorda, que se percibe como gorda; es decir, hay una deformación de la percepción de su cuerpo. Y en tercer lugar, no haber resuelto el pasado. Es decir, igual que hoy se ha puesto de moda la cirugía estética, nosotros los psiquiatras hacemos la cirugía estética del pasado; le enseñamos a estos pacientes a mirar de otra manera su propia trayectoria, su biografía. Esto se llama psicoterapia: hacemos un recorrido retrospectivo intentado limar, pulir y corregir las aristas de su personalidad.

Finalmente dos palabras, antes de pasar al tratamiento, sobre la personalidad “inmadura”. Como anécdota, decirles que curiosamente en los glosarios más modernos de psiquiatría no aparece la personalidad “inmadura”. ¿Cuáles serían los síntomas de una personalidad que está en esta dirección?. En primer lugar, desfase entre la edad cronológica y la mental. Una personalidad “inmadura” puede tener cincuenta años de edad real pero mentalmente tiene veinte. Por otra parte, no conocerse a sí mismo. ¡Cuántas veces al preguntarle un psiquiatra u otra persona con cierto criterio a alguien ¿cómo eres?, ¿cuál es tu forma de ser?”, uno no se conoce. Conocerse a sí mismo significa dos cosas: conocer las aptitudes y las limitaciones, las cosas para las que uno está dotado y aquellos terrenos en los que uno no debe adentrarse. Por otra parte, otro síntoma de la inmadurez, es la inestabilidad de ánimo y de criterio. La inestabilidad de ánimo significa una persona cambiante, esos picos de sierra…-esto se ve mucho en la adolescencia pero también en personas de muchos años que son inmaduras-…una cosa pequeña positiva lo eleva demasiado y una cosa pequeña negativa lo hunde. Por otra parte, poca responsabilidad: la incapacidad para plantearse metas concretas e ir detrás de ellas. Luego, falta de percepción de la realidad. Un paciente mío, en los últimos meses, en Madrid, 33 años, soltero, ha empezado la carrera de Farmacia, la ha dejado, se pasa días enteros en su casa ordenando papeles, libros, recortes de prensa, sin salir. Entonces viene a la consulta -gracias a que su madre tiene ansiedad y ella lo trae para que le acompañe- y entonces él acepta que le hagamos un test. Le digo que está claramente deprimido y no le digo hasta la segunda o tercera sesión que tiene un desajuste de la personalidad. Su desajuste consiste en que no está en la realidad. Decide volver a estudiar la carrera de Farmacia, hace muchos años que no coge un libro, no lee absolutamente nada salvo periódicos y revistas, no sale con chicas, no tiene casi amigos, está encerrado, vive en un mundo fantástico: no está en la realidad. Esto es muy típico de las personas inmaduras: la ausencia de un proyecto de vida. Sería otro síntoma: la vida como programa, como anticipación…cuando sea mayor me gustaría…Falta de madurez afectiva, ¡ahí es nada!, no saber lo que son los sentimientos, cómo se producen, qué fácil es enamorarse y qué difícil mantenerse enamorado. Y finalmente, una escasa o nula educación de la voluntad. Una persona sin voluntad es una persona inmadura. La voluntad es la llave multiuso de la conducta. La voluntad se educa a través de ejercicios diarios, pequeños, continuos, a través de los cuales uno se vence. La costumbre de vencerse y el arte de no desesperar. Y entonces una persona con voluntad llega en la vida más lejos que una persona inteligente. La voluntad hay que trabajarla minuciosamente, siempre desde la eficacia que se obtiene en objetivos menudos; no ir a grandes temas porque, cuando uno se plantea grandes asuntos, normalmente sale frustrado y eso lleva a actuar mucho menos.

Finalmente, el tratamiento de los trastornos de la personalidad debe tener tres grandes esquemas. En primer lugar y el más importante, la psicoterapia, que es el arte, el modo, la manera como se consigue a través del terapeuta modificar los mecanismos negativos que ese sujeto va teniendo. Es decir, enseñarle otra visión de la jugada. La psicoterapia es donde más se retrata el psiquiatra. Miren Vds., si cogieran el vademécum de Medicina donde vienen todos los medicamentos que existen para todo, hay uno que falta: la figura del médico, la personalidad del médico. El médico cura con lo que dice, con lo que escucha, con lo que hace, con lo que enseña, con lo que muestra. Y entonces, esa es la psicoterapia: enseñarle de forma sugerente otra forma de vivir. Porque sólo se vive una vez, y entonces las personas con trastornos, con desajustes, mal configuradas lo pasan muy mal, sufren y hacen sufrir a los demás.

En segundo lugar, farmacoterapia, y ahí está el arte de conocer la farmacopea. Por ejemplo, en este paciente del que les hablaba antes, el hijo del farmacéutico, le hemos dado un determinado medicamento aproximadamente diez días y ha mejorado notablemente en su estado de ánimo. Luego ya viene una etapa para hacerle entender que tiene que bajar a la realidad y tener un proyecto. Yo le ofrecí a este chaval que estudiara una carrera de técnico en farmacia, una carrera de dos años, pero me dijo “no, doctor, yo quiero ser farmacéutico como mi padre. Aunque termine con cincuenta años”, lo que demuestra una falta de sentido práctico.

Y en tercer lugar, la socioterapia. Farmacoterapia, medicación. Psicoterapia, medidas o pautas psicológicas. Y socioterapia, enseñar a estar con la gente. La persona madura no trata de aparentar más de lo que es, se muestra con naturalidad. La naturalidad, yo diría, es la nota aristocrática de la personalidad. Entonces, ahí entran estos tres elementos, este tríptico que se da de forma precisa y concreta.

Bien, voy a terminar, creo que me he pasado de la hora, con una frase, con una sentencia de un poeta, de un filósofo, de un sofista del siglo VI a.C., Lao Tse, uno de los padres del budismo. Lao Tse es junto con Confucio los dos padres del pensamiento Oriental. Y dice en esta sentencia, que podría resumir lo que yo he querido decirles en esta apretada síntesis un poco rápida y vertiginosa: “el hombre que conoce lo exterior, es erudito; el que se conoce a sí mismo, es sabio; el que conquista a los demás, es poderoso; y el que se conquista a sí mismo, es invencible”.

Muchas gracias.

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